
Una Castilla indefensa, asolada, acosada por el hambre y por la peste, recargada de impuestos, con la exigencia de defender fuera de la Península los jirones de un Imperio que se desmoronaba, dirigía miradas envidiosas a las diversas provincias de la periferia, intentando nivelar la balanza de las cargas. Las campañas bélicas urgían la adopción de medidas fiscales; la literatura de los arbitristas conseguía algún eco en la Corte. ¿Cómo se acatarían en el Principado las resoluciones adoptadas en Madrid? Aquí se erguía la figura solitaria, maciza, agresiva y dinámica de Olivares. Frente a sus alegatos sobre la “necesidad”, los catalanes levantaban la barrera de su “legalidad”, de sus propias leyes e instituciones. Afloraban los conflictos, surgían anónimos caudillos capitaneando la lucha de los desposeídos contra los poseedores, y la rebelión estallaba en aquel 7 de junio del año 40, el Corpus de Sangre.
Pau Claris y Olivares, frente a frente. Claris, afianzado merced a los compromisos formalizados con Francia; Olivares, impelido a la conquista militar del Principado. Culminaba el prolongado conflicto entre los intereses del Principado y los de la Corte.
La minuciosa investigación de J. H. Elliott sobre las causas y antecedentes de la rebelión catalana que ahora ofrecemos al lector castellano (hay una edición en catalán fechada en 1966), y que el autor ha revisado para esta edición a la luz de sus investigaciones posteriores, resulta indispensable para conocer cómo y por qué se fraguó el declive de la España del siglo XVII.
Fuente: Catálogo Librería Ojanguren (Oviedo).
Fuente: Catálogo Librería Ojanguren (Oviedo).